domingo, 20 de enero de 2013

Cómo convertir en realidad sus pensamientos

 

¡Usted es literalmente lo que cree ser y su carácter es la suma completa de todos sus pensamientos! De manera que lo que está pensando ahora y pensara mañana y el próximo mes, eso será en lo que llegará a convertirse en el futuro. Esta bondadosa advertencia ha resonado a través de todas las épocas, pero nadie le ha pronunciado mejor que un ensayista poco conocido, originario de la pequeña aldea de IIfracombe, en la costa inglesa de Devo. La pequeña obra maestra de James Allen, “As a Man Thinketh”, de la cual se ha tomado esta lección se ha publicado constantemente durante casi cien años y él es, sin lugar a dudas, uno de los autores más citados de toda la historia.

¿A qué aspira usted realmente en la vida? Piense detenidamente en ello. “El hombre se forma o se aniquila a sí mismo; en la armería del pensamiento forja las armas con las cuales se destruye a sí mismo; también labra los instrumentos con los cuales construye para sí mismo las celestiales mansiones de alegría, la fortaleza y la paz”.

Éxito, amor, felicidad, satisfacción, riqueza… si eso es lo que desea, está a punto de descubrir en qué forma sus raíces se desarrollan a partir de las semillas del pensamiento, semillas que solo usted puede plantar ahora que comprende esta gran verdad y que sabe que tiene el control de su propio destino…

Todo lo que el hombre logra, y todo lo que deja de lograr, es el resultado directo de sus propios pensamientos. En un universo de un justo orden, en donde la pérdida del equilibrio significaría la total destrucción, la responsabilidad individual debe ser absoluta. La debilidad y la fortaleza de un hombre, su pureza y su impureza, son suyas y no de otro hombre; él mismo las origina, nadie más; y sólo él mismo puede alterarles, jamás ningún otro. Su condición también es propia y no la de otro hombre. Su sufrimiento y su felicidad evolucionan desde su interior. Como piensa, así es; como sigue pensando, así seguirá siendo.

Un hombre fuerte no puede ayudar a uno más débil, a menos que el débil esté dispuesto a recibir ayuda, y aún entonces, el débil tiene que volverse fuerte por sí mismo; por su propio esfuerzo, debe desarrollar la fortaleza que admira en el otro. Nadie sino él mismo puede alterar su condición.

Ha sido costumbre que los hombres piensen y digan: “Muchos hombres son esclavos porque uno de ellos es un opresor; debemos odiar al opresor”. No obstante, en la actualidad hay entre unos cuantos, cuyo número va en aumento, una tendencia a invertir este juicio y quienes declaran: “Un hombre es opresor porque muchos son esclavos; debemos despreciar a los esclavos”. La verdad es que el opresor y el esclavo colaboran en la ignorancia y a pesar de que en apariencia se lastiman el uno al otro, en realidad se lastiman a sí mismos. Un perfecto conocimiento percibe la acción de la ley en la debilidad del oprimido y en el mal uso de la fuerza del opresor; un perfecto Amor, el contemplar el dolor ocasionado por ambos estados, no condena a ninguno de los dos; una perfecta compasión abraza tanto al opresor como al oprimido.

Aquél que ha vencido a la debilidad y ha alejado todo pensamiento egoísta, no pertenece a la categoría de opresor ni a la de oprimido. Es un hombre libre. Un hombre solo puede elevarse, conquistar y realizarse elevando sus pensamientos.

Únicamente puede permanecer como un ser débil, abyecto y miserable cuando se rehúsa a elevar sus pensamientos.

Antes de que un hombre sea capaz de cualquier logro, incluso en las cosas mundanas, debe elevar sus pensamientos por encima de la esclavizante indulgencia animal. Quizá, para alcanzar el éxito, no tenga, de manera alguna, que renunciar a todo egoísmo y animalidad, pero, cuando menos, debe sacrificar una parte de ello. Un hombre cuyo primer pensamiento es una bestial indulgencia no sería capaz de pensar con claridad, ni de planear metódicamente; no podría descubrir y desarrollar sus recursos latentes y fracasaría en cualquier empresa. Puesto que ni siquiera ha comenzado por controlar sus pensamientos, no está en posición de controlar ningún asunto, ni de adoptar responsabilidades serias. No está preparado para actuar con independencia y subsistir solo. Pero únicamente está limitado por los pensamientos que él mismo elige.

No puede haber ningún progreso, ningún logro sin sacrificio, y el éxito de un hombre en el mundo será en la medida en que sacrifique sus confundidos pensamientos animales, y fije su mente en el desarrollo de sus planes y en el reforzamiento de su resolución y de su confianza en sí mismo. Y mientras más hacia lo alto eleve sus pensamientos, mientras más probó e íntegro se vuelva, más grande será su éxito y sus logros serán más bendecidos y perdurables.

El universo no favorece al codicioso, al deshonesto o al vicioso, a pesar de que en ocasiones superficialmente así parezca; ayuda al honesto, al magnánimo, al virtuoso. Todos los grandes maestros de todas las épocas lo han manifestado en diversas formas, y para comprobarlo y saberlo, un hombre sólo tiene que perseverar en su lucha por ser cada vez más y más virtuoso, elevando sus pensamientos.

Los logros intelectuales son resultado de pensamientos consagrados a la búsqueda del conocimiento, o de lo bello y verdadero en la vida y en la naturaleza. Quizá tales logros en ocasiones pueden relacionarse con la vanidad y la ambición, pero no son la consecuencia de esas características; son el fruto natural de un arduo y prolongado esfuerzo, y de pensamientos puros y altruistas.

Los logros espirituales son la consumación de las más sagradas aspiraciones.

Quien vive constantemente concibiendo pensamientos nobles y elevados, y se deleita en todo lo que es puro y generoso llegará, tan cierto como que el sol llega a su cenit y la luna a su plenitud, a adquirir una naturaleza prudente y noble y se elevará hasta una posición de influencia y bienaventuranza.

El logro de cualquier clase es la corona del esfuerzo, la diadema del pensamiento. Mediante la ayuda del dominio de sí mismo, de la resolución, la pureza, la probidad y el pensamiento bien encauzado, el hombre asciende; con ayuda de la animalidad, la indolencia, la impureza, la corrupción y la confusión del pensamiento, el hombre desciende.
Un hombre puede elevarse hasta un gran éxito en el mundo, e incluso hasta las encumbradas alturas del reino espiritual y nuevamente descender hacia la debilidad y la vileza, cuando permite que se apoderen de él los pensamientos arrogantes, egoístas y corruptos.

Las victorias alcanzadas gracias a los pensamientos sanos solo pueden conservarse por medio de la vigilancia. Muchos ceden una vez que han asegurado el éxito y muy pronto vuelven a caer en el fracaso.

Todos los logros, ya sea en el mundo de los negocios, en el intelectual o en el espiritual, son resultado de un pensamiento positivamente dirigido, están gobernados por la misma ley y corresponden al mismo método; la única diferencia estriba en el objeto del logro.
Aquel que quiere lograr poco, tiene que sacrificar poco; aquel que quiere lograr mucho, debe sacrificar mucho; aquel que quiere llegar hasta lo alto tiene que sacrificarse grandemente.

VISIONES E IDEALES

Los soñadores son los salvadores del mundo. Así como el mundo visible esta sostenido por lo invisible, de igual manera el hombre, a través de todas sus tribulaciones, pecados y vocaciones sórdidos, se alimenta de las bellísimas visiones de sus soñadores solitarios. La humanidad no puede olvidarse de sus soñadores; no puede permitir que sus ideales se marchiten y mueran; vive de ellos; los conoce como las realidades que algún día llegara a ver y a comprender.

Compositor, escultor, pintor, poeta, profeta, sabio, esos son los hacedores del más allá, los arquitectos del paraíso. El mundo es bello gracias a que ellos han vivido; sin ellos, acabaría por perecer la humanidad trabajadora.

Quien dentro de su corazón alimenta una bella visión, un elevado ideal, algún día lo realizara. Colon albergo la idea de otro mundo y lo descubrió; Copérnico alentó la visión de una multiplicidad de mundos y de un universo más vasto y los dio a conocer; Buda contemplo una visión de un mundo espiritual de belleza inmaculada y perfecta paz y se adentró en ese mundo.

Aprecie sus visiones; aprecie sus ideales aprecie la música que se agita dentro de su corazón, la belleza que se forma en su mente, la hermosura que envuelve sus más puros pensamientos, ya que de todo ello florecerán las condiciones más deliciosas de ello surgirá un ambiente celestial; de ello, si tan solo se mantiene fiel a esos sentimientos, podrá, al fin, construir su mundo.

Desear es obtener; aspirar es lograr. ¿Recibirán acaso los deseos más ruines del hombre una completa medida de recompensa y sus más puras aspiraciones perecerán por falta de sustento? La ley no es así; tal condición jamás podrá obtener un “pide y recibirás”.

Sueñe en cosas elevadas, y así como sean sus sueños, así llegara a ser usted.

Su visión es la promesa de lo que algún día será; su ideal es la profecía de lo que al fin logrará contemplar al descorrer el velo.

El mayor logro, en un principio y durante cierto tiempo fue solo un sueño.

El roble dormita en la bellota; el ave espera dentro del huevo; y en la visión más elevada del alma se agita un ángel en su despertar. Los sueños son semilleros de realidades.

Las circunstancias de su vida podrán ser desagradables, pero no lo serán durante mucho tiempo si sabe percibir un Ideal y lucha por alcanzarlo. No puede viajar en su interior y permanecer inmóvil en el exterior. He aquí a un joven intensamente agobiado por la pobreza y el trabajo; confinado durante largas horas en un insalubre taller; ignorante y carente de todas las artes del refinamiento. Pero sueña en cosas mejores; piensa en inteligencia, en refinamientos, en gracia y belleza. Concibe una condición ideal de vida y la desarrolla mentalmente; la visión de una libertad más amplia y de un mayor campo de acción se posesiona de su persona; el desasosiego lo incita a la acción y emplea todo su tiempo libre y todos sus medios, por muy reducidos que sean, en el desarrollo de sus poderes y recursos latentes. Muy pronto, su mente se ha alterado a tal grado que el taller ya no es capaz de tenerlo. Ha llegado a estar tan fuera de armonía con su mentalidad, que lo elimina de su vida igual que se desecha una prenda de vestir y con el incremento de oportunidades que se adaptan a la esfera de acción de sus aptitudes en expansión, supera esa etapa para siempre.

Años más tarde vemos a ese joven como un hombre maduro. Lo encontramos como el amo de ciertos poderes mentales que esgrime con una influencia global y con una fortaleza casi sin paralelo. En sus manos sostiene las cuerdas de gigantescas responsabilidades; habla y ¡he aquí! Que muchas vidas cambian; hombres y mujeres escuchan ávidos sus palabras y remodelan su carácter y lo mismo que el sol, se convierten en el centro fijo y luminoso alrededor del cual giran incontables destinos. Ha realizado la Visión de su juventud. Se ha identificado con su ideal.

Y usted también, joven lector, llegara a realizar la Visión (no el vano deseo) de su corazón, ya sea ruin o hermoso, o una mezcla de ambas cosas, ya que siempre gravitara en dirección a aquello que en secreto ama más. En sus manos se depositaran los resultados exactos de sus propios pensamientos; recibirá aquello que ha ganado; ni más, ni menos. Cualquiera que sea su medio ambiente actual, caerá, seguirá allí o se elevara junto con sus pensamientos, su visión, su ideal. Será tan pequeño como el deseo que lo controla; tan grande como su aspiración dominante.

Según las bellísimas palabras de stanton Kirkham Davis: Quizá se dedique a llevar la contabilidad, pero pronto empezara a caminar cruzando esa puerta que durante tanto tiempo le pareció como una barrera que lo separaba de sus ideales, para encontrarse delante de un auditorio, con la pluma todavía detrás de la oreja y los dedos manchados de tinta, y allí, en ese preciso momento, dejara que salga a borbotones el torrente de su inspiración. Tal vez cuide un rebaño de ovejas y vagando llegue hasta la ciudad, bucólico y con la boca abierta; seguirá caminando bajo la intrépida guía del espíritu hasta llegar al estudio del maestro y, después de algún tiempo, el dirá, “ya no hay no hay nada más que pueda enseñarte”. Y ahora ese alguien que recientemente soñaba en grandes cosas mientras apacentaba su rebaño, se ha convertido en el maestro. Abandonara la cierra y el cepillo de carpintero para echarse a cuestas la regeneración del mundo.

El imprudente, el ignorante y el indolente, al ver únicamente los efectos aparentes de las cosas y no las cosas mismas, hablan de suerte, de fortuna y de azar. Cuando ven que un hombre se vuelve rico, declaran; “¡qué suerte tiene!”. Si ven a otro que ha llegado a convertirse en un intelectual, exclaman, “¡Que afortunado es!” Y si observan el carácter piadoso y la gran influencia de otro, comentan, “¡cómo le ayuda el azar a cada momento!” No ven los intentos y fracasos, las luchas a que esos hombres se han enfrentado voluntariamente a fin de adquirir experiencia; no están enterados de los sacrificios que han hecho, de los denodados esfuerzos que han dedicado, de la fe que han ejercitado a fin de superar lo aparentemente insuperable para realizar la visión de su corazón.

No saben de las tinieblas y de las congojas; únicamente ven la luz y la alegría y a eso le llaman “suerte”; no ven la larga y ardua jornada, solo contemplan la placentera meta y la llaman “fortuna”; no comprenden el proceso, si no que apenas perciben el resultado y lo llaman “azar”.

En todos los asuntos humanos hay esfuerzos y también hay resultados, y la firmeza del esfuerzo es la medida del resultado. No lo es el azar. Los “dones”, la fortaleza, las posesiones materiales, intelectuales y espirituales son los frutos del esfuerzo; son pensamientos llevados a su término, objetos logrados, visiones realizadas.

La visión que glorifique en su mente, el ideal que entronice en su corazón, eso es lo que le servirá de guía para estructurar su vida, y en eso mismo se convertirá.

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