domingo, 8 de julio de 2012

Cómo hacer uso de la ley de utilidades crecientes



NapoleonHill fue un hombre increíble. Luchando contra toda clase de grandes desventajas y presiones, dedico más de veinticinco años de su vida a entrevistar a los grandes triunfadores e investigar sus carreras. ¿Su meta? Aislar y definir las razones por las cuales tantos fracasan y tan pocos alcanzan el éxito.

Durante las últimas cinco décadas se han publicado cientos de millones de libros sobre el éxito y, sin embargo, la inmensa mayoría de esos libros tienen raíces originadas en los descubrimientos del doctor Hill. Sin lugar a dudas su obra, Think and Grow Rich,
un éxito de ventas de todos los tiempos, ha efectuado cambios en un gran número de vidas a lo largo de todo este siglo.

Esta lección se ha tomado del libro original y su tema, según el doctor Hill, le asegurará por sí mismo el éxito a cualquier persona dispuesta a ponerlo en práctica en todo lo que haga. El doctor Hill escribió: ”Quizá no le agrade el trabajo que desempeña actualmente. Pues bien, hay dos formas de salir de él. Una de ellas es mostrar muy poco interés en lo que hace, limitándose simplemente a hacer lo suficiente “para pasarla”. Muy pronto encontrará la salida, por que cesará la demanda de sus servicios”
Pero existe otra forma mejor para que “salga de ese trabajo que no le agrada“ y el escritor más grande de todos sobre el tema del éxito está a punto de explicarles la forma de lograrlo….

¡LA LEY DE LAS UTILIDADES CRECIENTES!


Vamos a iniciar nuestro análisis demostrando la forma en la cual la Naturaleza hace uso de esta ley a favor de quienes labran la tierra. El agricultor prepara el terreno con todo cuidado, después siembra el trigo y espera mientras la ley de utilidades crecientes le devuelve la semilla sembrada, más un incremento múltiple.
De no ser por esta ley las utilidades crecientes, el hombre perecería, pues sería incapaz de lograr que la tierra produjese el alimento suficiente para su subsistencia. No se lograría ninguna ventaja sembrando un campo de trigo si la cosecha no devolviera más de lo sembrado.
Con esta “sugerencia” vital que nos ofrece la Naturaleza, y que podemos encontrar en el ejemplo de los campos de trigo, ahora procederemos a apropiarnos de esta Ley de las utilidades crecientes y a aprender la forma de aplicarla a los servicios que prestamos, a fin de que pueda rendir dividendos fuera de toda proporción y que excedan con mucho al esfuerzo realizado.

Antes que nada, haremos hincapié en el hecho de que no hay ninguna trampa ni trapacería en relación con esta Ley, aun cuando algunas personas parecen no haber aprendido esta gran verdad, a juzgar por el gran número de seres que gastan todos los esfuerzos tratando ya sea de obtener algo a cambio de nada, o bien, por menos de su valor real.
No es para ese fin para lo que recomendamos el uso de la Ley de las utilidades crecientes, ya que no es posible tal fin dentro del amplio contexto de la palabra éxito.
Otro rasgo notable y digno de mención de la Ley de utilidades crecientes es el hecho de que puedan emplearla tanto quienes pagan por los servicios con las mismas grandes utilidades con que lo hacen quienes prestan los servicios. Como prueba de ellos, sólo tenemos que estudiar los efectos de la famosa escala de salario mínimo de cinco dólares al día, que Henry Ford puso en práctica hace algunos años.
Quienes están familiarizados con los hechos, declaran que el señor Ford no trataba de representar el papel de un filántropo al poner en práctica esta escala de salario mínimo, sino que por el contrario, simplemente trataba de aprovechar un principio de negocios muy sensato, que con toda probabilidad le ha rendido mayores utilidades, tanto en dólares como en buena disposición, que cualquier otra política individual que jamás se haya puesto en práctica en el planta Ford.
¡ Al pagar un salario mayor que el promedio, recibió servicios mejores que el promedio y en más cantidad!
De una sola plumada, mediante el establecimiento de esa norma del salario mínimo, Ford logró atraer la mano de obra más competente que había en el mercado y logró que fuese más apreciado el privilegio de trabajar en su planta. No tengo a la mano cifras auténticas relacionadas con el tema, pero si tengo razones muy poderosas para conjeturar que de cada cinco dólares gastados, de acuerdo con esa política, recibo por lo menos siete dólares cincuenta centavos en servicios. Y también tengo razones poderosas para creer que esa política le permitió a Ford una reducción en el costo de la supervisión, porque el trabajo en su planta llegó a convertirse en algo tan cotizado que ningún trabajador quería correr el riesgo de perder su puesto “fingiendo trabajar” o prestando un servicio deficiente.
Mientras que otros patrones se vieron obligados a depender de una supervisión muy costosa, a fin de obtener el servicio al cual tenía derecho y por el cual pagaban, Ford obtenía el mismo servicio o mejor gracias al método menos costoso de hacer más apreciada la oportunidad de un empleo en su planta.
Probablemente Marshall Field fue el comerciante más sobresaliente de su época y los grandes almacenes de Marshall Field en Chicago, se yerguen hoy día como un monumento a su habilidad para aplicar la Ley de las utilidades crecientes.
En una ocasión una de sus clientes compró un costoso corpiño de encaje en el almacén de Fiel, pero nunca llego a usarlo. Dos años después se lo obsequio a una sobrina como regalo de bodas. La sobrina tranquilamente devolvió el corpiño al almacén y lo cambio por otra mercancía, a pesar del hecho de que habían transcurrido más de dos años y para entonces ya era una prenda pasada de moda.
El almacén de Fiel no sólo aceptó el corpiño, sino lo que es todavía más importante ¡lo hizo sin discusión alguna!
Por supuesto no había ninguna obligación, moral o legal, de parte de la tienda para aceptar esa devolución del corpiño en una época tan posterior, lo que hace que esa transacción sea todavía más significativa.
El precio original del corpiño era de cincuenta dorales y por supuesto se vieron obligados a dejarlo en uno de los mostradores de gangas, vendiéndolo a un precio muy bajo, pero quien sepa estudiar a fondo la naturaleza humana comprenderá que el almacén de Field no sólo no perdió nada en el caso de ese corpiño, sino que en realidad se benefició con la transacción, a un grado que es imposible medir en simples dólares.
La mujer que hizo la devolución del corpiño sabía que no tenía derecho a un reembolso; por consiguiente, cuando el almacén le dio algo a lo que no tenía derecho, esa transacción la gano como una cliente permanente. Pero el efecto de dicha transacción no termino allí; apenas se había iniciado, pues esa mujer difundió por doquiera la noticia del “trato justo” que recibió en el almacén de Field. Durante muchos días fue el tema de conversación de sus amistades y el almacén de Field obtuvo más publicidad, gracias a esa transacción, de la que podría haber comprado en cualquier otra forma y a un costo diez veces mayor que el precio del corpiño.
El éxito de los almacenes de Field se basó en gran parte en la comprensión que tenia Marshall Field de la Ley de las utilidades crecientes y que, como parte de la política de su negocio. Lo impulsó a adoptar el lema de “el cliente siempre tiene la razón”.
Cuando usted solo hace aquello por lo cual recibe un pago, en ello no hay nada de extraordinario que atraiga un comentario favorable acerca de esas transacción; pero cuando voluntariamente hace algo más y no sólo aquellos por lo que le pagan, su acción atrae la atención favorable de quienes resultan afectados por la transacción y avanza un pasa más hacia el establecimiento de una reputación que en algún futuro pondrá a trabajar en beneficio de usted esa Ley de las utilidades crecientes, pues esa reputación creará en todas partes una gran demanda de sus servicios.
Carol Downs empezó a trabajar para W.C.Durant, el fabricante de automóviles, ocupando un puesto sin importancia. En la actualidad se ha convertido en el brazo derecho del señor Duant y es presidente de una de sus compañías distribuidoras de automóviles. Él mismo se promovió hasta ese puesto tan ventajoso exclusivamente gracias a la ayuda de la Ley de utilidades crecientes, que puso en práctica prestando más y mejores servicios que aquel por el cual le pagaba.
En una visita reciente que le hice al señor Downes, le pedí que me digiera cómo se las había arreglado para obtener esa promoción con tanta rapidez. En unas cuantas frases breves me contó toda la historia.
“Cuando empecé a trabajar para el señor Durant”, comentó, ”observé que siempre se quedaba en su oficina mucho tiempo después de que todo el personal se había ido a casa y me propuse que yo haría lo mismo. Nadie me pidió que me quedara, pero creí que alguien debería estar allí para brindarle al señor Durant cualquier clase de ayuda que pudiese necesitar. A menudo buscaba a alguien que le llevara un expediente, o que le prestara algún servicio trivial y siempre me encontró allí, dispuesto a servirlo. Adquirió el hábito de recurrir a mí; prácticamente, esa es toda la historia.
“¡Adquirió el hábito de recurrir a mí!”
Vuelva a leer esa frase, ya que está plena de un profundo significado. ¿Por qué razón el señor Durant adquirió el hábito de recurrir al señor Downes? Porque el señor Downes se propuso estar allí, en donde pudiesen verlo. Deliberadamente se puso en el camino de señor Durant con objeto de prestarle ciertos servicios que pondrían a trabajar en su propio beneficio la Ley de utilidades crecientes.
¿Alguien le dijo que lo hiciera? ¡No!
¿le pagaron por hacerlo? ¡Sí! Le pagaron con la oportunidad de atraer la atención del hombre en cuyo poder estaba la posibilidad de una promoción. Ahora nos acercaremos a la parte más importante de esta lección, ya que este es el momento adecuado para sugerirle que usted tiene la misma oportunidad que tuvo el señor Downes para hacer uso de la Ley de las utilidades crecientes, y que puede aplicar dicha Ley exactamente en la misma forma en que él lo hizo, estando allí y dispuesto a prestar sus servicios voluntarios en el desempeño de un trabajo que otros podrían eludir porque no se les paga por hacerlo.
¡un momento! No lo diga, ni siquiera lo piense, si es que tiene la más mínima intención de pronunciar esa frase tan trillada de todos los tiempos, que dice, “pero, mi jefe es diferente”.
Por supuesto que es diferente. Todos los hombres difieren en casi todos los aspectos, pero se parecen mucho en esto, son un tanto egoístas, de hecho, son tan egoístas que no desearán que un hombre como Carol Downes comparta su suerte con la competencia y usted puede hacer que ese mismo egoísmo esté a su servicio como una ventaja y no como una desventaja, sí…
Usted tiene el buen juicio de llegar a ser tan útil, que la personal a quien le vende sus servicios no pueda prescindir de ellos.
Una de las promociones más ventajosas que jamás he recibido surgió debido a un incidente que me pareció tan insignificante que en realidad casi no tenía importancia. Un sábado por la tarde, un abogado cuyo despacho se encontraba en el mismo piso que la oficina de mi jefe, entro a preguntarme si sabía en dónde podría conseguir una taquígrafa que le hiciera un trabajo que estaba obligado a terminar ese mismo día.
Le respondí que todas nuestras taquígrafas ya habían salido para asistir a un partido de pelota y que si hubiese llegado cinco minutos después tampoco me habría encontrado a mí, pero que me sentiría muy contento de quedarme y trabajar para él, ya que podría asistir a un partido cualquier otro día y en cambio su trabajo debía hacerse en ese momento.
Le hice el trabajo y al preguntarme cuanto me debía, repliqué,” Oh, alrededor de mil dólares por tratarse de usted; si fuese otra persona, no le cobraría nada”. Sonriendo, me dio las gracias.
Al hacer es observación, ni siquiera paso por mi mente la idea que me pagaría mil dólares por el trabajo de esa tarde, pero ¡Sí lo hizo! Seis meses después, cuando ya me había olvidado por completo de ese incidente, volvió a visitarme y me preguntó cuál era mi salario. Cuando lo mencioné, me informó que estaba dispuesto a pagarme esos mil dólares que en broma le dije que le cobraría por el trabajo que le hice. Y me los pagó ofreciéndome un puesto con un aumento de sueldo de mil dólares al año.
En una forma inconsciente, esa tarde había puesto a trabajar en beneficio mío la ley de utilidades crecientes, al renunciar al partido y prestar un servicio, lo que obviamente hice por un deseo de ser útil y no por una consideración de orden monetario.
No era mi obligación renunciar a mi sábado por la tarde, pero..
¡Era mi privilegio hacerlo!
Lo que es más, fue un privilegio muy provechoso, pues me proporcionó mil dólares más al año en efectivo y un puesto con mayores responsabilidades que el que ocupaba anteriormente.
La obligación de Carol Downes era estar allí hasta la hora de salida acostumbrada, pero era su privilegio permanecer en su puesto una vez que los demás trabajadores habían salido y ese privilegio, que ejerció en la forma adecuada, le ofreció mayores responsabilidades y un salario que le reditúa más en un año del o que habría ganado en toda una vida en el puesto que ocupaba antes de ejercer ese privilegio.
Durante más de veinticinco años he estado pensando en este privilegio de prestar más y mejores servicios que aquellos por los cuales nos pagan y mis pensamientos me han llevado a la conclusión de que una sola hora dedicada cada día a prestar un servicio por el cual no nos pagan, puede redituar mayores utilidades de las que recibimos por todo el resto del día durante el cual simplemente cumplimos con nuestra obligación.

El éxito es algo que debe atraerse mediante la compresión y la aplicación de leyes que son tan inmutables como lo es la ley de la gravitación. No puede acorralarse y capturarse como se haría con un novillo cerril. Por esta razón, se le pide que aborde el siguiente experimento con el objetivo de que se familiarice con una de las más importantes de estas leyes; es decir, la ley de utilidades crecientes.
El experimento es:
Durante los próximos seis meses, propóngase a prestar un servicio útil por lo menos a una persona al día, un servicio por el cual no esperará ni aceptará un pago monetario.
Emprenda este experimento con la fe de que le revelará el uso de una de las leyes más poderosas que forman parte del logro del éxito perdurable, y no saldrá defraudado.
La prestación de este servicio puede adquirir cualquiera de más de cien formas, por ejemplo, puede prestarlo personalmente a una o más personas especificas; o bien puede prestarlo a su propio jefe, en la naturaleza del trabajo que desempeñe después de sus horas normales.
Por esta parte, puede prestarse a un completo extraño o quien ni siquiera espera volver a ver. No importa a quién le preste ese servicio, siempre y cuando lo haga con buena voluntad y exclusivamente con el propósito de beneficiar a otros. Si lleva a cabo este experimento con una actitud mental adecuada, descubrirá lo que han descubierto otros que se han familiarizado con la ley en la cual se basa, a saber..
No se puede prestar un servicio sin recibir una compensación, más de lo que puede abstenerse de su prestación sin sufrir la perdida de la recompensa. “causa y efecto, medio y fin, semilla y fruto, simplemente no pueden separarse”, dice Emerson; “pues el efecto ya florece en la causa, el fin preexiste en el medio y el fruto en la semilla”.
“Si sirve a un amo ingrato, sírvalo aún más. Ponga a Dios en su lista de deudores. Cada esfuerzo se verá recompensado. Mientras más se retenga el pago, tanto mejor para usted, ya que con este tesorero la tasa y costumbre es pagar intereses compuestos sobre intereses compuestos”.
“La ley de Naturaleza es: Haz las cosas y tendrás el poder; pero aquellos que no las hacen no tienen el poder”.
Los hombres padecen a todo lo largo de su vida por la tonta superstición de que pueden resultar defraudados. Pero para un hombre es tan imposible resultar defraudado por alguien que nos sea él mismo, como que una cosa exista y no exista al mismo tiempo. En todos nuestros tratos hay un tercer socio silencioso. La Naturaleza y el alma de las cosas asumen la garantía del cumplimiento de cada contrato, de tal manera que un servicio honesto no pueda resultar en una perdida.
En esta vida atravesamos por dos periodos importantes, uno de ellos es ese periodo durante el cual recopilamos, clasificamos y organizamos el conocimiento, y el otro es el periodo durante el cual luchamos por el reconocimiento. Primero debemos aprender algo, que requiere mayores esfuerzos de los que la mayoría de nosotros está dispuesto a dedicarle al trabajo, pero una vez que hemos aprendido gran parte de las cosas que pueden ser útiles al servicio de los demás, todavía nos enfrentamos al problema de cómo convencernos de que podemos servirlos.
Una de las razones más importantes por las cuales siempre deberíamos estar no sólo preparados, sino dispuestos a prestar un servicio, es el hecho de que cada vez que lo hacemos ganamos así la oportunidad de mostrarle a alguien que somos poseedores de esa capacidad, simplemente damos un paso más hacia el logro del reconocimiento necesario que todos debemos tener.
En vez de decirle al mundo, “Muéstreme el color de su dinero y yo le demostrare de qué soy capaz”, invierta la regla y diga, “Permíteme mostrarle el color de mis servicios para que yo pueda echarle un vistazo al color de su dinero en caso de que mis servicios le agraden”.
Cuando mucho, la vida no es sino un breve lapso de años. Lo mismo que un vela, nos encienden, parpadeamos durante un momento ¡y después nos apagamos! si fuimos depositados aquí con el fin de acumular tesoros para usarlos en una vida que se encuentra más allá de las oscuras sombras de la Muerte, ¿no sería posible que acumuláramos mejor esos tesoros prestando todos los servicios posibles a todas las personas a quienes podamos, con un espíritu amante de bondad y simpatía?.
Espero que usted esté de acuerdo con esta filosofía.
Propóngase a prestar más y mejores servicios que aquellos por los que le pagan y ¡verá!, antes de que se dé cuenta de lo que ha sucedido, ¡encontrara que el MUNDO LE PAGARÁ GUSTOSO POR MÁS DE LO QUE HACE!
La tasa que se le pagará por tales servicios será de un interés compuesto sobre el interés compuesto. Corresponde enteramente a usted determinar en qué forma tendrá lugar esa acumulación de sus utilidades.
Y ahora, ¡qué piensa hacer con todo lo que ha aprendido en esta lección’ y ¿cuándo lo hará? Y ¿en qué forma? Y ¿por qué razón? Esto no tendrá ningún valor para usted, a menos de que lo impulse a adoptar y usar el conocimiento que se le ha ofrecido.
¡El conocimiento se convierte en PODER únicamente a través de su organización y USO! No se olvide de eso.
Jamás podrá convertirse en líder si no hace otra cosa que aquello por lo que le pagan, y tampoco alcanzará el éxito sin que desarrolle un liderazgo en la ocupación que ha elegido.



Fuente: Og Mandino, University of success
 

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