domingo, 29 de abril de 2012

Cómo crear tu propia suerte





Esperar que las circunstancias externas, a las que comúnmente llamamos “destino” o “suerte”, produzcan esa oportunidad dorada que significará la diferencia entre tu éxito o fracaso es sumamente nocivo para tu potencial.

Tu esfuerzo, tu disciplina, tu capacidad para tomar buenas decisiones, asumir riesgos, confiar en ti mismo, fijarte metas altas y persistir aun cuando todo está en tu contra es la mejor manera de construir tu destino.

En esta oportunidad te presento las enseñanzas que sobre este tema Lord Beaverbrook nos presenta en su libro Las tres claves del éxito”, espero te resulten interesantes:

Los hombres fuertes creen que las cosas no suceden por suerte, sino por ley y que no hay ningún eslabón débil o roto en la cadena que une a la primera y a la última de las cosas, la causa y el efecto.

¿Causa y efecto? Y ¿lo que siembren, eso cosecharán? Y ¿lo que no siembren, no podrán cosechar? ¡Exactamente!


Una y otra vez, parecemos volver a esa palabra de siete letras como uno de los pilares básicos de una vida digna de vivirse, y esa palabra es trabajo.
“Afortunado” es como lo llamarán los demás una vez que su trabajo arduo produzca resultados…

Hay una actitud en contra de la cual quisiera advertir a la persona que quiera triunfar en la vida. Se resume en la frase: “Confía en la suerte”


Ninguna actitud es más hostil al éxito y ninguna frase es más necia. La frase es necia porque en un universo gobernado por la ley de causa y efecto, estrictamente hablando no puede existir tal cosa como la suerte. Hay una gran verdad en la máxima: “Los pasteles de la señora Harris siempre son buenos, y nos es por casualidad”. En otras palabras, la señora Harris es una buena cocinera.


Sucede lo mismo con el hombre constantemente “Afortunado”. Sería justo suponer que se trata de un hombre siempre industrioso y capaz.

Lo que en realidad queremos decir con las palabras “Confíe en la suerte” es “Confiar en las circunstancias ajenas a nuestro propio control”. Pero siempre y cuando haya cualquier posibilidad de controlar esos factores, por supuesto sería una locura no hacerlo.


A medida que pasan los años cada vez me siento más renuente a creer en cualquier clase de suerte. En una ocasión escribí que “Tiene más suerte quien nace heredero de un millón de dólares que quien nace en los barrios bajos”. Y en la actualidad ya ni siquiera eso es verdad. Nacer en la pobreza puede ser un acicate, mientras que nacer en la opulencia puede conducir a la ruina. Si un desastre llegase a destruir la fortuna de un hombre, algo por lo que trabajó durante años para construir, naturalmente pensamos que ha tenido mala suerte. Pero quizá ese desastre fue ocasionado por factores cuyo control descuido. O bien, podría ser que el desastre fuese una bendición disfrazada, que lo obligara a ejercitar sus músculos intelectuales atrofiados, o a reforzar su carácter en algún punto débil que hasta ese momento había pasado inadvertido. De manera que no voy a dogmatizar acerca de la existencia de la suerte, excepto para decir esto: no confió en ella.


La mayor parte de la “Buena suerte “se explica por la laboriosidad y el discernimiento, y la mayor parte de la mala suerte por una carencia de estas cualidades.

Se ha definido el credo del jugador como una creencia en las imaginarias tendencias del azar para producir sucesos continuamente favorables o continuamente desfavorables. Vivir en esta clase de ambiente mental es vivir en medio de una pesadilla y esto parece llevar algunas personas casi hasta la locura constantemente consulta oráculos de una u otra clase o bien realizan acciones compulsivas en un esfuerzo incesante por atraer a la fortuna.

No es posible halagar a la fortuna mediante tal culto fetichista, pero si es posible cortejarla y ganarla mediante el trabajo arduo.


La ley de ciertos juegos de azar es inexorable. Por ejemplo, en los juegos de cartas como la canasta o cualquier otro en que tomen parte tres o cuatro personas es inevitable que a la larga el jugador más hábil derrote al menos hábil. Sucede lo mismo en el gran juego de la vida; el triunfador es aquel que mediante la totalidad de sus cualidades, merece el éxito. Quien fracasa lo hará porque merece fracasar, y en ningún otro aspecto más que en esto, porque ha confiado a la suerte lo que debió confiar a sí mismo.

Quizá en la mayoría de nosotros hay algo del jugador. Sin embargo solo alcanzamos el verdadero éxito cuando le ganemos la ventaja a ese duende o demonio. En los negocios, el jugador está condenado aun antes de empezar a jugar. Consideren al hombre joven que lo juega todo con la esperanza que delante de él colocaran alguna clave mágica para el éxito y que se le ofrecerán sobre una charola de plata. Su situación es patética.


Se rehúsa constantemente a aceptar ofertas ventajosas incluso pequeñas oportunidades de trabajo, porque no son suficientemente buenas para él. Espera que la suerte de pronto le confiera un puesto creado para él o una brillante oportunidad adecuada para la elevada opinión que tiene de sus propias capacidades. Después de algún tiempo todos se cansan de ofrecerle cualquier oportunidad.

Al cortejar a la suerte, ese hombre ha descuidado a la oportunidad.
Tales hombres, cuando llegan a la edad madura, caen dentro de una clase muy conocida. Podemos verlos acechando a sus asociados más trabajadores y de más éxito para verter en sus oídos toda una historia de infortunios que los han acosado a todo lo largo de su vida, impidiéndolos cosechar las recompensas que debieron ser suyas, desarrollan esa terrible enfermedad conocida como “el genio de lo no intentado”.
Que diferente es la actitud de la persona que realmente quiere alcanzar el éxito.

Un hombre que quiere alcanzar el éxito desterrará de su mente la idea de la suerte. Aceptara cada oportunidad, por muy pequeña que parezca; pero que pueda conducir a la posibilidad de cosas mayores. No esperará que el concepto sutil y ficticio llamado suerte lo inicie regiamente en su carrera, se labrara sus propias oportunidades de desarrollar sus posibilidades mediante su laboriosidad. Podrá equivocarse aquí y allá cuando le falta juicio o experiencia, pero de sus derrotas mismas aprenderá a desempeñarse en el futuro y en la madurez de sus conocimientos alcanzará el éxito.
Al menos nadie lo encontrara sentado, gimiendo una vez más “La suerte” ha estado en su contra.


Todavía queda por considerar un elemento más sutil en favor de una creencia en la suerte. Es la de que ciertos hombres son poseedores de una especie de sexto sentido, de tal manera que por instinto saben que empresas triunfaran o fracasaran, o si el mercado de un producto subirá o bajara. Supuestamente, esos hombres se abren paso hacia el éxito gracias a lo que podríamos llamar una serie de “mandatos psíquicos”.
No crean en nada de esta basura mística.


La verdadera explicación es muy diferente. Los hombres eminentes que mantienen un estrecho contacto con los grandes asuntos de la política o de negocios a menudo actúan de acuerdo con lo que parece ser un instinto. Pero la realidad es que, mediante un estudio cuidadoso y continuo de los acontecimientos han llegado a absorber tantos conocimientos que parecen llegar a una conclusión “sin detenerse a pensar”, así como el corazón late sin ningún estimulo consciente del cerebro. Si se les pregunta las razones de su decisión, no podrán responder otra cosa que “fue simplemente una corazonada”. Pero su mente consiente no toma en cuenta la experiencia acumulada durante largo tiempo por debajo del nivel de su pensamiento consciente.


Cuando esos hombres aciertan en sus pronósticos, el mundo exclama:” ¡Qué suerte! “El mundo haría mejor en exclamar:” ¡Que juicio! ¡Qué caudal de experiencia!”.

El especulador “afortunado” es una clase de persona muy diferente. Da un golpe brillante o poco más y después desaparece en algún desastre abrumador.
Es tan rápido en perder su fortuna como lo fue en hacerla.
Nada con excepción del juicio y la laboriosidad, respaldados por la salud, asegura un éxito real y permanente. El resto es una mera superstición.
Es muy natural que la juventud albergue cierta esperanza, pero si esa esperanza se convierte en una creencia en la suerte, entonces llega a ser algo ponzoñoso y extenuante.


Hoy día, la juventud tiene delante de si una esplendida oportunidad, pero siempre debe tener presente que no hay nada que cuente fuera del trabajo y el cerebro y que un hombre puede incluso desarrollar al máximo su intelecto.
Ninguna hada madrina llevará a nadie por los aires hasta alcanzar el éxito.
Él o ella pueden alcanzar esa meta únicamente por medio de su propio sentido de dirección y de un trabajo inflexible.


No existe sustituto alguno para el trabajo. Quien es improductivo en su trabajo jamás alcanzara un éxito permanente; cuando mucho, lograra subsistir a duras penas.


Para finalizar, ten siempre en cuenta esta sabía frase de Stephen Leacock que resume todo lo expuesto en esta entrada:

“Soy gran creyente en la suerte, y he descubierto que mientras más duro trabajo, más suerte tengo.”  

Fuente: Og Mandino, University of success

2 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo con tu planteamiento Jorge Armando. No existe sustituo para el trabajo duro. Ahora, si lo que uno quiere es tener éxito, el paso anterior, el de la correcta definición de éxito y el plan para alcanzarlo, es muy importante, así como los pequeños "éxitos intermedios" que nos alejarán de la frustración. De allí en adelante, a trabajar!

    cronicas-de-exito@blogspot.com

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  2. Muchas gracias por tu aporte Esteban. Definir el camino y dividirlo en pequeños pasos es la clave para mantener la moral alta y no perder la persistencia.
    Me pareció excelente el enfoque del tema publicado en tu blog http://cronicas-de-exito.blogspot.com/ muy claro, motivador y sobre todo orientado a la acción, estaré atento a tus próximas entregas.

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